To be a translator you must first be a good reader in your field and then become an excellent writer in it. This love of words, analytical reading, and careful written expression is what makes us good.
Hoy en día se cree, por lo general, que al campo de la traducción se llega por el camino del estudio de lenguas extranjeras. Que quien quiera convertirse en traductor opta por inscribirse en un programa de idiomas. Sin embargo, no es la única ruta, pues además suele suceder que en esos programas se deja de lado la lengua materna, instrumento vital para un traductor, y se hace énfasis especial en el discurso oral, cuando la traducción se lleva a cabo sobre textos escritos.
Mi camino personal hacia la traducción partió de otro punto: el gusto por la lectura y la escritura, y el interés por otras culturas y lenguas. Estudié filosofía y letras en la universidad, y en ese entonces jamás me imaginé que terminaría haciendo traducciones para editoriales. En mi primer trabajo profesional, pasé dos años en una intensa capacitación en labores de edición, corrección y traducción. Las bases de análisis literario que me habían dado mis estudios, junto con la práctica de la redacción de ensayos (y mi gusto personal por escribir mis propios textos) fueron útiles.
Todas mis decisiones editoriales pasaban bajo la mirada de las dos editoras que me supervisaban. A veces tuve que volver a empezar de cero con una traducción o una corrección de estilo, pero me gustaba el reto. Me daba cuenta de que, así como las dos eran implacables en sus juicios, también estaban dispuestas a oír mis puntos de vista, aunque yo fuera una neófita. Tras ese periodo como aprendiz de editora, decidí que lo que más me gustaba del trabajo editorial era la etapa de traducción, y me retiré de la editorial para dedicarme a eso: la traducción de libros.
En una de mis primeras entrevistas como traductora independiente, dije que aspiraba a convertirme en traductora literaria. La respuesta que me dio el editor que me entrevistaba me dejó perpleja: “Nadie puede convertirse en traductor literario antes de cumplir los 40”. No logré articular la menor respuesta a semejante afirmación que me pareció lapidaria y errada. Por lo visto, ninguno de mis méritos servía de nada, o eso era lo que este señor quería hacerme entender: ni un título universitario en literatura, ni casi veinte años de experiencia lectora entre libros de todo tipo, ni un rico bagaje en humanidades, ni el gusto por escribir, ni los dos años de aprendizaje editorial. De manera que a las condiciones que enuncié antes, la competencia para leer y escribir, había que agregar la edad. Me pareció una injusticia rampante y quise buscar la forma de demostrarle su enorme equivocación. Tuve la suerte de lograr contradecirlo un par de años más tarde, cuando me encargaron traducir Alicia en el país de las maravillas pero, al hacerme una lectora cada vez más atenta de libros traducidos, encuentro que había un fondo de verdad en esa respuesta tan tajante.
No fue fácil llegar a traducir. Primero pasé por el escalón intermedio de la revisión de traducciones ajenas, y aprendí mucho en el oficio de corregir. Más adelante sí llegué a estudiar traducción, para legitimar la experiencia que había adquirido, y también enseñé traducción. Mi bagaje de filosofía y letras, complementado por el de estudios de la traducción, me permitía cimentar mi interpretación de un texto. Mis cursos se convertían en una especie de laboratorio de pruebas para esas interpretaciones, a la vez que me esforzaba por inculcarles a mis estudiantes la importancia definitiva de entender por qué traducían de una manera y no de otra, y que debían tener clara su visión del texto, su estrategia como traductores.
Estaba convencida, y lo sigo estando, de que la capacidad de lectura analítica es más importante que el bilingüismo como condición esencial para traducir. No basta un lector que sepa distinguir a los buenos de los malos en una trama, o seguirla hasta poderla relatar, sino que debe ser capaz de ver más allá del texto, percibir el estilo y entender la estructura de este. Suele suceder que cuando uno ha alcanzado ese nivel de lectura en su lengua materna, extrapolarlo a su segunda lengua no es tan difícil, así el nivel de competencia oral en esa segunda lengua sea menor.
Pero el hábito de la lectura (así como el amor por los libros) no es la única condición para un traductor editorial. Después vendrá el reto de reverbalizar lo que se leyó, y es en esta etapa en la que una cierta experiencia en redacción y escritura es provechosa, aunque es crucial tener claro que el traductor no es un escritor libre. Debe escribir sin salirse de los parámetros que establece el autor, de la misma manera que un actor construye su personaje a partir del texto y las acotaciones del dramaturgo, o que un músico interpreta su instrumento siguiendo la partitura. El traductor no puede hacer uso de su propia voz sino que debe fabricar una diferente para el autor al que traduce, sea literatura o no. En ese sentido, es un artesano de la palabra, capaz de entender cómo se fabrican los textos y de reproducirlos con medios diferentes.
Para traducir, en general, se requiere ser tanto un lector especializado como un escritor especializado. Para traducir literatura uno tiene que haber leído literatura, así como para traducir noticias es necesario estar familiarizado con el periodismo, o para traducir campañas publicitarias es crucial conocer el terreno de la publicidad. Al igual que un traductor médico necesita estar al día en conocimientos de medicina y que un traductor jurídico tiene que entender los sistemas legales, el traductor de libros debe fortalecer sus músculos mentales para la escritura, enriquecer su vocabulario y su repertorio estilístico. Si en el fondo la traducción se reduce esencialmente a leer y escribir, más vale que quien no tenga el hábito de los libros y la lectura no pretenda convertirse en traductor de libros. Es de ese hábito de donde viene la práctica y el entrenamiento para poder hacer traducciones de calidad.
Nota: Una versión preliminar de este artículo, y más enfocada hacia la traducción literaria, fue publicada en inglés en la revista Source, de la División Literaria de la American Translators Association. Se puede leer en este enlace: Source-Spring 2015